Mi padre
“A la persona que fuiste, donde estés… gracias”
Texto y fotos por: Julián Antonio Gallardo Arbella.
Mi padre nace en un poblado marino llamado Gibara al norte de la actual provincia de Holguín. De ascendencia española, hijo de José (Pepe) Gallardo de La Rosa y Piedad Parra, mi padre Carlos Gallardo Parra de mucho carácter y genio, fue un precoz trabajador para su edad, dotado de honestidad y decencia; virtudes estas que le garantizaron trabajar en la propiedad de las personas más acaudaladas de ese pueblo: Los Viola.
Excelente nadador, pescador y constructor de botes, desarrolló habilidades en la Electricidad, Mecánica, Carpintería, Soldadura y otros oficios que en el futuro le servirían para hacer su horizonte profesional.
Fue él y su hermana Marta Gallardo quienes tuvieron que ver con los diversos cuidados de la casa de esta singular familia, que fueron los dueños de la Finca la Victoria donde existía un central y quienes además eran los dueños del ferrocarril de este lugar.
Mi tío Elpidio Arbella Hernández, para todos “Pucho” hermano de mi señora madre Maria Eugenia (Yiya) Arbella Hernández, se desempeñaba como cocinero de esta prestigiosa familia; así como el viejo Periche, capataz de la mencionada Finca, esposo de la tía Rosenda, hermana de mi abuela materna Rosa Hernández Sao.
Este comienzo como sirviente de esta familia permitió que mi padre se prepare en una carrera por la vida.
Paso a trabajar luego —con autorización del viejo Viola, a la Mecánica de trenes, donde se destaco por los conocimientos que ya, con anterioridad poseía.
Es con 17 años que contrae matrimonio con mi señora madre, se independiza poco después con los ahorros producidos por su trabajo y compra su primera propiedad para convertirse en propietario de un taller y definir su profesión en poblado de Fray Benito en la provincia de Oriente actual Holguín.
Se matricula en la National School en las modalidades de Aviación, Soldadura, Mecánica Automotriz graduándose satisfactoriamente en unas y excelentemente en otras.
Fue Catcher y Ampalla como jugador de pelota; tripuló embarcaciones y otros medios marinos de transporte de su época.
Al trasladarse a Holguín compró un local en la carretera a Gibara (reparto Aguirre), donde montó un nuevo taller para Storage y Mecánica, que brindaba los servicios de: Soldadura Autógena, Chapistería, Pintura, Soldadura Eléctrica y Mecánica.
El carné, sello, y algunas de las pertenencias de él, de aquellos tiempos, aún las conservo, a pesar de que mucho de los libros técnicos y folletos se mojaron en las cajas que los guardaba en el techo de la casa, como el libro “Sesenta pensamientos de J. A. Rosenkranz, Presidente de la Nacional School, que corrió la suerte de no ser devuelto al préstamo que le hice a una amiga de Regla en mi etapa de preuniversitario; el interés de ella fue, copiar los pensamiento, y jamás pude recuperar tan significativo libro. Mi padre se molestó debido a que el libro venía dedicado a él. Jamás me perdoné esa atribución que me tomé. Mi padre guardaba ese presente con el embalaje y la envoltura original con la que llegó a sus manos.
En fotografías poseo muchas de las tantas hechas por el cobrador de la luz quien le tiraba fotos a la familia en el poblado de Fray Benito, otras se las tiraban con una cámara Ansco de rollos de 120 milímetros de mi señora madre, quien le agradaba como hobby la fotografía. Mis tíos y primos usaban otras cámaras de las que no tengo referencia de que fotos fueron tomadas con una u otra; pero si guardo algunas de ellas. Otras las he regalado a amistades, y mis hijos, siendo más pequeños jugaban con ellas, y fueron quedándose por casa de una de las tías, la abuela y bueno… La micro film Hit fue de mi hermano Augusto Carlos; mi cuñada Martha Valdés hacia fotos con una Kodak Fiesta que utilizaban en los 60 y 70, y así traté de coleccionar las cámaras de la familia, recuerdos de fotos de los negocios, sellos, billetes, bonos, fichas, cuadros, lámparas, teléfonos, quinqué, monedas, cartas, documentos de la iglesia, hasta que mi padre, que coleccionaba herramientas de trabajo, me dijo: —“¿y dónde piensas seguir guardando más tarecos?”—.
El estuche de una avioneta que mi padre debía armar para volarla, era parte de su preferencia por el aeromodelismo; le gustaba la Geografía y lo concerniente a la Astrología y el Espacio.
La avioneta fue guardada hasta que yo traté de hacerla volar, muchacho curioso e innovador, en compañía de Eduardo Gutsent Perdomo [un mini científico para su edad] —vecino de barrio—, decidimos hacer un cohete y sustituir el motorcito por un dispositivo de aluminio, basado en el principio de una fosforera de gasolina, adicionándole fósforos, guata y gasolina, que…, para que contarles, por poco volamos nosotros. Los palitos que se salvaron los usamos después para hacer papalotes. Mi padre al enterarse de aquello, luego del “R E G A Ñ O”, me preguntó: “Bueno — ¿hasta dónde llegó el invento?”—, el tubo fino de aluminio de guardar agujetas de coser, —Eduardito, quien lo trajo—, no supimos donde fue a dar la armazón, que solo era el cuerpo de la avioneta, quedó toda jodida, que recuerde. La experiencia fue atordecedora, y no la repetimos jamás.
Recuerdo que esa avioneta la quiso comprar Miguelito, un velocista de moto vecino de la Calle 2ª y C de nuestro barrio California, quien gozaba de prestigio por ganar carreras de motos en eventos nacionales y fanático al aeromodelismo, al igual que mi padre y hermano; que por ese tiempo estaba en el Servicio Militar Obligatorio.
Era en el “Pepe Prieto” Centro Deportivo de la barriada donde volábamos las avionetas esqueléticas, que se rompían en algunos casos o en San Antonio de los Baños en la Finca Crusellas, en casa de mis primos.
Las locomotoras y trencitos eran otras de las curiosidades que le agradaban a mi padre; yo por mi parte siempre innovando con los juguetes.
Me contaba mi padre y afirmaba mi madre, que frente a su Taller Gallardo estaba la tienda de Vicente Salermo, comerciante que le emitía facturas de todo cuanto él necesitaba, también poseía crédito en su tienda, y allí trabajaba Luís Collada Carreño; si mal no recuerdo, amigo de la casa. La Coca Cola le enviaba cajas de refresco y propagandas que en su Taller promocionaba, como también botellitas de propaganda pequeñas que por mucho tiempo las tuvimos de adorno en casa, de hecho los carros de la Coca Cola eran guardados, y reparados por mi padre y sus trabajadores, en su mayoría familiares, hermanos, sobrinos y amigos allegados. También carros de la policía y jeep eran parte de la clientela, que prestigiaba a mi padre. Recuerdo que en diciembre del año 1993, viaje a Holguín, y que clase de impacto resultó en mí; que aún el gran anuncio ovalado metálico exhibía, y promocionaba titánicamente sin desgastes en el color, el nombre del negocio de mi padre con la pintura original, como si el tiempo no hubiese pasado, ni maltratado tan significativo —supongo yo — punto de referencia aún erguido como su apellido Gallardo.
Anécdotas sobradas tiene este pequeño gran hombre en materia de trabajo y significación ciudadana.
Después del año 1959, para muchos las cosas cambiaron, mi padre migro a la Ciudad de La Habana en el año 1962, al yo nacer, con una idea que no se materializó en el futuro por no desunir la familia que había forjado; pero siempre estaba en sus recomendaciones que, los productos y equipos norteamericanos no eran superados por nada: —“fuera de lo americano —decía — lo demás, es mierda”, así de radical concluía cuando le hablaban de los equipos soviéticos o de otra nacionalidad, a pesar de trabajarlos y jugar con ellos tanto en la Mecánica, como en la Electricidad; no dejaba de mencionar que: —“lo bueno es siempre bueno; ahí, no hay otra cosa mejor que la Ford, la Chevrolet… ” —Si hablaban de Mecánica de carros, Crafsman, si se refería a equipos de pintura… Dupont, Esso… y así sucesivamente repetía lo que entendía, era lo mejor a su opinión por experiencia y confiabilidad—.
Mi padre fue motivo de disputa, —según decía— cuando lo reclutó el Servicio Militar Obligatorio en el primer llamado. Llevado a la Unidad de la Cabaña a trabajar con Obuses, y la Mecánica de estas piezas de Artillería, y luego utilizado para trabajar con Guillermo García Frías, y por otra parte con Pedro Miret Prieto; ambos —contaba mi padre—, querían llevarlo a trabajar, cada uno por su lado; uno a las granjas de pollos y conejos que estaban por el Wajay o Santiago de las Vegas, y el otro para otra finca que no recuerdo si era en Fontanar; lo cierto en esto es, que un buen día mi padre abre los ojos, y estaba desnudo en la morgue de Tricornia —donde estaba ubicada la unidad de la Cabaña—, y fue sacado de allí, por un General Ruso, (Rusos, como se les llamaban a los soviéticos), quien era uno de los jefe de la Unidad donde estaba asignado; y decía: “nunca supe como llegué allí y por qué… tampoco pregunté…”
Lo licenciaron después de las FAR; pero antes, estuvo ingresado en el hospital Naval por trastornos en la columna y la aparición de Diabetes.
Al salir de aquí, uno de estos, —Miret o Frias— le propone trabajar en Materia Prima, que tenia oficinas en Vía Blanca y Concha, pero allí solo estuvo unos meses, pues lo querían involucrar en la política y el decidió no entrar en ese mundo. Fue entonces cuando llegó al Dique Seco de Casa Blanca, donde se retiró en el año 1989. No pagaba CDR, ni Sindicato, ni se vinculó jamás a nada producido para decir mentiras o prestarse para ello; vivió de su trabajo, creaba sus propias piezas, pues las fabricaba; creó un cuarto para fabricar baterías en el Departamento de Electricidad de Lanchas. Trabajaba solo en el departamento y no admitía faltas de respetos, ni perdidas de tiempo durante su jornada laboral. Carlos Gallardo Parra, mi padre, fue victima del Sistema cuando le propusieron a él, y a otro colega de trabajo, el señor de apellido Baluja pertenecer y ser fundadores del Movimiento de Innovadores y Racionalizadores de la Empresa de Talleres Marítimos. Al acceder, fueron uno por cada parte, y en duo, excelentes creadores, no innovadores; motivo por el cual un ingeniero que llevaba el control del trabajo de ambos, se embolsillo y se adjudico un premio que pertenecía solo a ellos; en dinero y en obsequio; este último consistía en un auto Lada para cada uno. Ellos ingenuos y confiados de este Ingeniero, que les representaría su innovadora y cuantiosa innovación —ahorradora de miles de dollares al país—, fueron engañados y los directivos de esta Empresa estaban plenamente concientes del PLAGIO del que fueron victimas. Nunca ni Partido, ni funcionarios de la ANIR, ni Director de Empresa, se preocuparon por este robo de talento.
Se retiró en 1989, sin que se le pagara debidamente su chequera de retiro, pues nunca le reclamo a estos —“culo de pollos y muertos de hambre” —como los catalogaba— ni el premio por esta labor profesional, ni las otras tantas innovaciones hechas, como tampoco su verdadero salario de Electricista Naval; pues le pagaban como Electricista Automotriz y trabajaba en barcos, lanchas, remolcadores como Electricista Naval. Todo esto, producto del engaño al que le tuvieron durante años, —hasta el retiro— donde una oficinista le dijo, que con él se cometieron violaciones de salarios con referencia a la plaza que ocupaba.
Nunca le dieron el reconocimiento social que un hombre como él debió merecer.
En la década del 70 ingenieros, médicos, técnicos (búlgaros, checos, polacos)… De los astilleros de Casa Blanca venían a la casa a ver a mi padre para reparar sus carros (autos). Él los reparaba de tal forma que nunca volvían por el mismo defecto, y la clientela era enorme; en la cuadra a veces habían más de cuatro carros el sábado y el domingo, y esto trajo como consecuencia que el CDR, y la de vigilancia vinieran hablar con él, para que no siguiera arreglando más carros en la cuadra, atribuyendo que eran extranjeros y que podría traerle problemas e ir preso; pues le subían cajas de cosas a la casa.
Mi padre molesto les dijo que eran compañeros de trabajo de él, —nada que fuera incierto— y que no veía problema en arreglarle los carros, porque él no les cobraba, al igual que a los vecinos; que ellos le regalaban camisas, productos comestibles y ron en gratitud por el arreglo del carro; como cualquier vecino le regalaba una botella de ron por él arreglarle una turbina de agua o llevarlo y traerlo del trabajo.
Luego de esto, mi padre iba al hotel Focsa, hotel Sierra Maestra, y a Miramar, y reparaba los carros en las residencias de ellos, o en el parqueo del hotel sin ningún tipo de dificultad, hasta la aparición de otros mecánicos, que utilizaban mujeres para robarle a los extranjeros en el hotel Focsa y asumió, que esto, a la corta o la larga, iba a coger otro camino; pues él, reparaba a conciencia los carros, —cosa esta que no hacían los otros que allí iban, y que involucraban mujeres para otros fines; por lo que no siguió reparándoles carros a los colegas del trabajo (extranjeros), quienes a pesar de esto, continuaban viniendo a la casa y buscándole de vez en vez.
De ellos recuerdo a Maderen del Focsa, Karlo el checo, residía frente al parque que esta a la salida del Túnel de Miramar entre las Calles 2 y 4.
Ya jubilado, mi padre, se dedicó a la reparación de refrigeradores: Chapistería y Pintura. Pagaba una licencia, que luego tuvo que retirar por la falta de materiales y lo caro de los mismos. Sus precios eran extremadamente accesibles y las reparaciones duraban más de quince años. Muchas amistades, cuando estaban en los mal llamados, cambios de refrigeradores, me decían: “Julián mira, mira esa pincha la hizo tu papá”, —refiriéndose a la puerta y al lateral— “¿cuál, dónde?” —preguntaba yo—. Muchacho, ni se ve. Y eso fue cuando el niño tenía 2 años, “¿te acuerdas...?”
Dejó de existir producto de una caída dentro de la casa que le ocasionó una cardioesclerosis —según la doctora—. Cuando llegué y abrí la puerta estaba en el piso delante del baño. Traté de reanimarlo, y noté que la dentadura estaba dentro de la boca zafada. Le oxigené y al ver que no me respondía traté de cargarlo, sentí un sonido de expiración que me quitó las fuerzas, y aquel pequeño cuerpo no dejó que su hijo, que no aprendió estos oficios como él, repara esa máquina tan perfecta como lo fue el hombre que me dió la vida.
Tuve la oportunidad de darle las gracias a mi padre y a mi madre por haberme dado la vida, y que no me perdonaran por lo mal que me pude portarme como hijo, que si de algo me sentí orgulloso era de haber compartido con ellos la vida que pudimos vivir juntos; que me perdonaran solo por fracasar en el intento de lograr un sueño que no había podido conseguir hasta ese momento; pero que al menos nos mantuvo juntos y que aún aspiro a el; es decir, a ese sueño.
Estas gracias también las he hecho extensivas a mis hijos y a mi actual pareja, por los veinte un años de relación, por habernos conocido aquí, en esta dimensión llamada vida. A mis hijos por permitir que sea yo su padre, lleno de defectos, que ya, no son reparables, que me disculparan por los nombres y apellidos tan humildes y desprovistos que les pude dar, por lo imperfecto que los hice, por la poca salud que les pude legar, por ser quien soy, y no, como desharían; tal vez —creo yo—, porque esto ya, no lo podemos cambiar; pero lo único que si les pedí, que llevaran con orgullo el apellido Gallardo, que mi padre me dio un día, para que nunca nos olvidáramos que él, en un momento de su vida, antes de ser padre, también fue hijo.
“Al ciudadano le corresponde la función de evitar que el gobierno caiga en el error”
-Robert H. Jackson, Juez Adjunto de la corte Suprema de los EE.UU. American Communications Association vs. Douds, 1950.
Compartimos la esperanza de que dentro de medio siglo, cuando nuestros hijos y nietos miren hacia atrás a los esfuerzos de nuestros tiempos, digan que hemos actuado con decisión, que hemos combinado la compasión con la determinación, -que amamos la justicia-, que pasamos la prueba de la libertad y que les legamos un hemisferio rico en logros, y unido en la construcción de un futuro”—Madeleine Albright, Ex -Secretaria de Estado de los Estados Unidos.
Hay en el Polo Sur un monumento erigido en memoria del expedicionario Ingles Scott. En ese monumento se ha esculpido un verso de Lord Tennyson, que reza así:
“¡Luchar y Buscar, encontrar y no rendirse!” -la emancipación.
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