martes, 20 de julio de 2010

LA IGLESIA CATÓLICA Y LA BIBLIA.

LA IGLESIA CATÓLICA Y LA BIBLIA

En medio de tan profusa y perjudicial confusión religiosa a la que asistimos hoy en día, debido a la libre interpretación de los textos sagrados, se hace urgente e imprescindible aclarar cuáles serían las rectas normas y principios dejados por nuestro Señor para reconocer la verdadera interpretación.
En primer lugar, tenemos que nuestro Señor en todo su ministerio público( y en toda su vida terrenal por supuesto), no se ocupó en escribir nada, sino en formar hombres, pues el principio a seguir, como también sucedió en el Antiguo Testamento, es primero formar hombres, trabajar en ellos, desarrollar en ellos la fe, el amor y el conocimiento de Dios; que ellos sean los libros vivos en que esté inscrita la verdad de Dios, formar así un pueblo, y entonces luego, como resultado de su experiencia de fe, este pueblo pone por escrito todo aquello que es decisivamente imprescindible de conocerse para la salvación, asistido por el Espíritu Santo. Mostrándose así, que es el hombre el principal objeto de amor y trabajo de Dios, y que las Escrituras, en las que el hombre mismo es instrumento activo, son una herramienta valiosísima en función suya; por lo que siempre será el hombre, por voluntad del mismo Dios, protagonista principal en la transmisión de la revelación de Dios; y por eso el Señor no dijo “ir y escribir mis mensajes y enviarlos por todo el mundo”, sino “ir y hacer discípulos míos a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado, y yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”(Mateo 28:19-20); por lo que ningún libro sustituye el papel del hombre en la salvación, la acción del hombre encomendado por Dios; ni el libro sagrado, este siempre será santísimo y valiosísimo instrumento en función de su misión. Así pues, no es la Biblia la que tiene el protagonismo principal, que es de entrada el error básico protestante, sino la iglesia; es está la que el Señor se ocupó en formar, por la que murió, y a la que envió; las Escrituras cristianas son un resultado suyo, provienen de ella, pues fue a ella a quién el Señor encargó toda autoridad sobre la Palabra de Dios, como se observa entre otros muchos textos en Juan 21: 15-17, cuando le dice a Pedro, y con él a todos sus sucesores en el gobierno de la iglesia, los obispos de Roma, “apacienta mis corderos y mis ovejas”, dale tú la Palabra de Dios a mis fieles más pequeños y mayores en la fe.
Partiendo de aquí, podemos comprender el porqué de tan terrible profusión de sectas, cada vez más extrañas y dañinas, produciendo cada vez mayor confusión religiosa, pues nunca fue conforme al plan y la voluntad de Dios, que se le quitara, por así decirlo, la Biblia a la iglesia, el patrimonio y dominio sobre esta a la iglesia, y se le repartiera a todo el mundo cómo si este fuera un libro igual que otro cualquiera, trayendo una profanación a la misma Biblia con cada vez más repugnantes herejías, demostrándose que este no es un libro más, ni que esa es forma de hacer verdadera evangelización; la Biblia es un documento sagrado , es un documento eclesial, que no puede separarse de su gestora la iglesia, que por voluntad divina tiene toda la autoridad para su legítima interpretación, lo que llamamos el Sagrado Magisterio. Esto queda muy claro cuando el Señor le dijo a Pedro, “ y a ti te daré las llaves del reino de los cielos, y todo lo que ates en la tierra será atado en los cielos, y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos”(Mateo 16:19); o sea, en esta promesa de nuestro Señor, que es una de las declaraciones más contundentes e increíblemente devastadoras para con los espiritualistas, que no comprenden que Él no hace nada para la salvación de los hombres sino por los hombres, al punto que el mismo se encarnó; nos está diciendo que le ha dado tal autoridad(llaves) a su iglesia, en la persona de Pedro y sus sucesores, que todo lo que decidan en materia de fe y moral, en materia de doctrina, será confirmado en el cielo, y lo que desaprueben será desaprobado; de donde naturalmente se deriva el dogma de la infalibilidad papal, pues poniendo las cosas al revés( el Señor confirmando al hombre, en vez del hombre al Señor cómo resultaría lógico), le está dando toda la fuerza a la idea de que este será perfectamente asistido de lo alto, al punto que no puede equivocarse en esta materia, poniéndose siempre el cuño allá arriba en lo que él decida aquí abajo. A tal punto quiso el Señor dejar claro, que no se trata de libre interpretación, ni de repartir Biblias para que cada cual crea lo que quiera, pues no se trata de filosofías ni corrientes mundanas de pensamiento, sino de la verdad de Dios, que solo por Él puede ser revelada, de la manera estricta y ordenada que Él ha establecido; se trata de obedecer, de reconocer en los hombres por Cristo señalados al mismo Cristo, aún con todos sus defectos, de ser humildes así, teniendo esa fe de niños que Él nos mandó tener, y no soberbios, rebeldes y contumaces, de donde proviene todo pecado desde nuestros primeros padres Adán y Eva hasta nuestros días.
Por tanto, la misma historia de la iglesia se ha encargado en demostrar que el Señor, como siempre, tenía razón; y es que antes del Protestantismo, y de que se repartieran biblias sin más, de una manera hasta cierto punto mágico-supersticiosa, pensando que así ya se estaría garantizando la salvación de los hombres, existía la iglesia, que hizo enorme cantidad de proezas, y dio frutos increíblemente maravillosos, casi podríamos decir, sin biblias. Pues en la edad apostólica no existían biblias, ni los cristianos tenían prácticamente acceso a los manuscritos del Antiguo Testamento, y muy poco a los del Nuevo Testamento que iban surgiendo entonces, sin embargo existía la iglesia con la presencia del Señor y de su Espíritu en medio de ella, que es lo más importante, y había gran fe, amor y servicio al Señor. Después vino la era de los mártires, que duró por más de dos siglos, gloriosa y bendita etapa de fe, amor y entrega al Señor, donde los cristianos no contaban en su mayoría con las Escrituras, sino con algunos que otros manuscritos, esporádicamente muchas veces, sin embargo, fueron derribando ese imperio romano del mal con el testimonio de sus vidas entregadas por amor a Cristo hasta la sangre; seguidamente comenzó la Edad Media, donde la iglesia emprendió y logró la evangelización y conversión de todas las tribus bárbaras del norte, y de todo lo que hoy es Europa hasta Rusia, así como el norte de África y otras regiones, logrando poco a poco establecer naciones bajo el dominio de la fe de Cristo, y otras muchas obras de caridad y civilización en hombres que vivían de la guerra y todo tipo de violencia, sin embargo, se mantenían siendo muy contados los manuscritos bíblicos, y a todo esto, la iglesia contó en todo este tiempo con un innumerable ejército de santos y santas, monjes, mártires, vírgenes, sabios, misioneros, todo género de cristianos que brillaron con la luz de Cristo en el santo testimonio de sus vidas, sin contar con biblias. ¿Quiere decir esto que no existía la palabra de Dios?, por supuesto que existía, pues por medio de la palabra de Dios se engendra y se hace crecer a los cristianos(1 Pedro 1:23-2:2), sin la cual no pudiera existir la iglesia; pero es que la palabra de Dios estaba en el corazón de la iglesia, como siempre ha estado, ella la porta, recibida de los apóstoles, transmitida a sus sucesores los obispos, y así sucesivamente; predicada por sus ministros, la ha tenido toda ella, testificada brillantemente por la santidad de sus más ilustres hijos. Esto nos lleva irremediablemente al valor inestimable de la Sagrada Tradición, que para la iglesia tiene tanto valor como las Escrituras, y que los protestantes tanto desprecian, sin conocer que ella es el origen de las mismas Escrituras y un tesoro incomparable para su interpretación, pues ella es la prueba de que la iglesia es anterior a las Escrituras en el testimonio de la palabra de Cristo, dado que su transmisión fue exclusivamente oral en un principio, cumpliendo el mandato de nuestro Señor, a partir del cual se dejó constancia escrita de lo fundamental y básico por el Espíritu, el mismo que mantuvo el tesoro de esa Palabra no inscrita en los manuscritos sagrados, verificada en los escritos de los Padres de la iglesia, algunos de ellos discípulos directos de los apóstoles, llamados Padres apostólicos, y otros, discípulos de estos, verificada también en los concilios y proclamaciones dogmáticas de los papas, mostrándose que es genuina palabra de Dios, que no solo complementa a las Escrituras sino que ayuda de forma invalorable a la interpretación genuina de su sentido, muchas veces no explícito, algunas veces oscuro, y siempre complejo, porque como criterio irrefutable se tiene cuando los Padres, heredando de los apóstoles el sentido genuino sobre alguna enseñanza de Cristo, están todos de acuerdo en ese punto, como auténtica expresión también de la fe vivida desde un inicio en toda la historia de la iglesia.
Y aquí llegamos a una verdad muy importante y esencial, la gran dificultad de las Escrituras para hallar su genuino sentido demuestra que no fueron hechas para circular independientemente de la iglesia, para ser arrancadas de ella, en donde pierden su auténtico sentido, sino que ellas mismas reclaman la necesidad de un magisterio infalible sobre sí, como dispuso nuestro Señor, que garantice la verdadera interpretación asistida por el Cielo; por lo cual la iglesia con toda la autoridad recibida por Él y echando mano de estos criterios objetivísimos, da a luz conceptos, expresados en dogmas, que sin ella de ninguna manera se hubieran podido alcanzar.
Así tenemos que ni la definición de Dios, lo cual viene a ser lo más importante y decisivo, está explícito en las Escrituras cristianas, ni la definición de la persona de Cristo con relación a sus naturalezas divina y humana, que vendría a seguirle en importancia, y así no pocas cosas de valor, pero además aún las cosas que están explícitas, como la presencia real de Cristo en el pan eucarístico (1 Corintios 11: 23-29) o el bautismo como acto necesario para la salvación(1 Pedro 3:21), necesitan de un criterio infalible, porque entonces le pueden cambiar aquí el sentido recto por el figurado, como hacen los protestantes, cayendo igualmente en herejía, por lo que gracias al Sagrado Magisterio conocemos de la Santísima Trinidad, que Dios es uno solo en tres personas, conocemos de la unión hipostática de la naturaleza humana y divina en Cristo, que era ciento por ciento hombre y Dios verdadero a la vez, sin detrimento de ninguna de las dos naturalezas, que por esto María es madre de Dios y no solamente del hombre Jesús, tenemos la absoluta certeza de la presencia real de Cristo en la hostia consagrada, como también que el bautismo fue instituido para perdón de los pecados y salvación de los creyentes(Hechos 2:38; Juan 3:5); y así otras muchas cosas inestimables que son base de nuestra fe, y que no están explícitamente dichas la mayor de las veces en las Escrituras, pues no se trata de la letra sino del Espíritu, no se trata de que tenga que decirlo explícitamente, aunque a veces así sucede, sino de que sea el sentido de todas ellas, porque la letra mata pero el Espíritu vivifica(2 Corintios 3:6).
Por esto el criterio fundamentalista protestante, de que tiene que decirlo explícitamente el texto, aparte de ser contradictorio(porque algunas cosas las han tomado del magisterio de la iglesia, como fácilmente se ve, y otras estando explícitas entonces le dan otro sentido), los ha llevado no solo a alejarse del Magisterio y de la Sagrada Tradición, sino con ello, del sentido genuino de las Escrituras, dando lugar a cada vez más terribles herejías y sectas, que por tanto se hacen más extrañas cada vez, rechazando dogmas históricamente establecidos como la Santísima Trinidad y otros, confirmando con sus mismos errados testimonios y herejías, la gravedad de la interpretación libre, y la falsedad de todo el principio protestante de solo la Escritura, llevando a un verdadero caos y confusión doctrinal a ese mundo religioso, apartado del cual resplandece la iglesia católica, como única iglesia de Cristo, portadora de su verdadero mensaje y su genuina interpretación, tal y como Él dejo establecido que fuera, y prometió mantenerlo hasta el final de los tiempos(Mateo 16: 18).
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