LA IGLESIA CATÓLICA COMO BASE DE LA PROMOCIÓN HUMANA
La iglesia católica como heredera del evangelio predicado por Nuestro Señor, de sus enseñanzas y de sus hechos, y como continuadora de su obra, por la fuerza de Su presencia y por mandato suyo, ha sido la base del significativo y considerable desarrollo de la promoción humana en la cultura occidental en estos últimos veinte siglos, y desde ella al mundo; a pesar de los errores y las infidelidades de muchos de sus miembros y de no pocos de sus ministros, que no han podido opacar la brillante luz del testimonio extraordinario de sus más fieles hijos.
Enraizada en la divina tradición judía, contenida en el Antiguo Testamento, donde están las más antiguas, numerosas, elevadas, y precisas normas de justicia de toda la antigüedad antes de Nuestro Señor, donde ya hay exigencias de amor para con el prójimo, de misericordia y compasión para con los más débiles y extranjeros, y otras exigencias de justicia social; la iglesia proclamando las máximas supremas de Nuestro Señor, ilumina a el mundo pagano y bárbaro del primer milenio de su existencia con un divino humanismo que no tiene parangón.
Ya desde sus comienzos la iglesia católica estableció un sistema de vida entre sus fieles que podríamos llamar el primer, auténtico y verdadero comunismo, no por la fuerza de la violencia, el odio y el autoritarismo como el marxista, sino por la fuerza del amor, la verdad y la libertad, donde todos compartían lo que tenían, vendían sus propiedades y ponían el dinero a los pies de los apóstoles para que se repartiera según las necesidades de cada uno de forma que no hubiera ningún necesitado (Hechos 2:44-46; 4:32-35). Esto perduró en la iglesia como muestra de que el amor, expresado concretamente en la ayuda al necesitado, es tan propio e intrínseco de la iglesia como la predicación de la Palabra; justamente por eso cuando comenzó a crecer el número de fieles, y con ellos el de necesitados, y sucedieron los primeros problemas, la iglesia tomó medidas que no impidieran la continuidad de esta práctica, sino que estableció el diaconado y otras normas para garantizar la continuidad de este servicio (Hechos 6:1-6; 1Corintios 16:1-4; 2Corintios 8:1-15; Romanos 15:25-26).
En los años subsiguientes, cuando la iglesia fue adentrándose más y más en el imperio romano, a pesar de la hostilidad y barbarie de este, no dejó por eso esta práctica y vida de amor, sino que la acrecentó de modo tan admirable, que multitudes de hombres y mujeres se convertían indeteniblemente ante la insuperable fuerza de su testimonio de amor.
La práctica de este sistema de vida comunitario, duró de manera efectiva dentro de la iglesia, unos tres siglos aproximadamente; pero no fue este el único ni más grande testimonio de amor que dieron los cristianos en medio de aquel monstruoso imperio, sino que el perdón, la mansedumbre y el amor aún a los enemigos que practicaban los cristianos para con sus tiranos y asesinos, en muchos casos, conmovió a tal punto los cimientos de aquella sociedad que se debilitaron las bases de la violencia, el odio, la ambición y la corrupción sobre las que se erigía, de manera que fue desmoronándose el imperio hasta ser fácilmente devorado por sus enemigos en su parte occidental, lo que constituyó la mayor victoria de la iglesia hasta hoy en día, junto con la lograda sobre el imperio soviético y sus países satélites de Europa del este en el siglo pasado; la primera victoria profetizada en el libro de Apocalipsis (Apocalipsis capítulo 18) y la segunda victoria profetizada por la Virgen en su mensaje de Fátima.
Pero esta victoria de la iglesia sobre el imperio romano no significó sino una gran responsabilidad y desafío, un gran reto para su misión de amor y promoción humana; en lo adelante tendría que ocuparse en civilizar desde el evangelio a todas esas tribus del norte de Europa acostumbradas a vivir de la rapiña, el saqueo y el vandalismo.
Fue entonces cuando la iglesia se creció en la persona de sus más ilustres hijos, que emprendieron la evangelización de todos estos pueblos bárbaros, logrando gradualmente un progresivo cambio de costumbres con la paulatina asimilación de la fe, el amor y la mansedumbre cristianas; de esta forma a la vez que le extirpaban la idolatría y todas las supersticiones, le enseñaban a trabajar y a vivir de una forma ordenada y tranquila.
Junto con esto comenzaron a crecer las instituciones de caridad fomentadas por la iglesia. Además de los conventos que venían siendo de hacía un tiempo de gran ayuda para los más pobres y necesitados, se crearon los hospicios para los viajeros y peregrinos, los hospitales para los enfermos y los asilos para los huérfanos y niños expósitos, además de que se fundaban escuelas para la enseñanza de conocimientos útiles.
Todo esto sentó las bases de la civilización europea, esta paciente y difícil labor fue logrando que poco a poco de estas tribus bárbaras y enemigas se fueran gestando naciones con un criterio más asentado y estable de vida, que aunque no habían llegado a lo perfecto ni mucho menos, tenían un sentido muy superior de la convivencia.
Todas estas instituciones de caridad fueron sembrando en el hombre europeo no solo un sentido cada vez más elevado de la justicia, sino de la misericordia, la compasión y la fraternidad, que junto a una postura diferente y positiva respecto al trabajo y un constante y creciente amor a la sabiduría y a la instrucción, como se vio en el período carolingio y en el siglo XII con la creación de las primeras universidades, posibilitó que él y solo él llegara primero a lo que hoy conocemos como modernidad.
Por lo cual aún apartándose cada vez más de la influencia de la iglesia, las doctrinas y movimientos surgidos en su contra para combatirla, como la Ilustración, la Revolución Francesa, el marxismo; y todas las tendencias socialistas, llevan en sí el germen de justicia, igualdad y fraternidad sembrado por la iglesia en el hombre europeo, por lo que solo en él y en sus culturas hijas del continente americano se verificaron primero estas nociones, y solo mucho después por su influencia, de forma muy parcial, en el vastísimo y poblado continente asiático y en el continente africano.
Ahora bien, en continuidad con esta obra forjadora de conciencia para el mundo entero, como luz y sal en medio de él (Mateo 5:13-16), la iglesia ha seguido librando su gran batalla, que le acompañara hasta el final de los tiempos, contra todas las múltiples formas en que se manifiesta el mal en nuestros días.
La iglesia es el baluarte fundamental en la lucha por la verdadera dignidad del hombre, en contra de tantas corrientes engañosas que con ropaje de liberación, tolerancia y cientificidad lo condenan al abismo de la degradación y a su total perdición.
Por eso no cesa de levantar su voz contra todo lo que atenta contra el carácter sagrado de la vida humana, dando el concepto más elevado, profundo y pleno de lo que es el hombre y de lo que es su vida, como don supremo que recibe del Creador, para que se respete el hecho de que desde el momento de su concepción en el seno materno, hay un ser humano nuevo, único e irrepetible distinto a la madre que no tiene derecho ninguno sobre él, sino el deber de amarlo desde ese momento de más indefensión.
Y así, en este mismo sentido, que cese el carácter de instrumentalización que se le da a la vida humana, cuando so pretexto de investigación se experimenta con embriones humanos.
También, ante la evidente y manifiesta cada vez mayor desmoralización del mundo moderno, la iglesia sigue apuntando al valor sagrado de la familia, que comienza con la valorización plena del matrimonio, como una unión que debe ser estable e indisoluble siempre que haya sido por amor, como el más sólido garante y fundamento para un sano crecimiento y desarrollo de las nuevas generaciones, haciendo retroceder todas las concepciones modernistas sobre la pareja que degradan al hombre y la mujer, y ni se diga las terribles aberraciones de parejas del mismo sexo, que ya quieren imponerse ante la sociedad con reconocimiento jurídico y derecho de adoptar una criatura.
Finalmente cabe destacar que la iglesia tiene también un duro frente en la lucha por la justicia social, política y económica, y por la liberación verdadera del hombre de los ídolos de este mundo, para que sacuda de sí el consumismo, el hedonismo, la codicia y el afán de lucro que continuamente le promueven en las sociedades de consumo y levantando los ojos a su Salvador encuentre lo que realmente llene su vacío espiritual y es trascendente, para que en todas las sociedades del mundo se respete el derecho de todo hombre a manifestar públicamente su fe, sus convicciones políticas e ideológicas siempre y cuando no atenten contra el bien común, antes bien aporten elementos constructivos para una sociedad mejor, para que toda sociedad se esfuerce por garantizar a sus ciudadanos casa, trabajo y salario dignos para una vida decente de todas las familias, para que internacionalmente todos los países respeten el derecho de los otros y se ponga fin a las guerras injustas, a los atentados terroristas, las sanciones económicas arbitrarias y por medio de la paz se globalice la solidaridad, haya unas más justas y equitativas relaciones comerciales y un desarrollo armonioso de todas las naciones.
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