martes, 20 de julio de 2010

LA IGLECATÓLICA COMO COMUNIÓN DE LOS SANTOS.

LA IGLESIA CATÓLICA COMO COMUNIÓN DE LOS SANTOS.

Desde el Antiguo Testamento podemos rastrear, la importante enseñanza de la comunión e identidad espiritual que se establece entre los miembros del pueblo de Dios, por encima de lo que ellos mismos alcanzan a comprender, pues se manifiesta en características propias del mundo espiritual, en leyes intrínsecas a este mundo, como la repercusión comunitaria o social del pecado de uno o unos cuantos, así como también la acción bienhechora que ejerce sobre todo el pueblo las buenas obras de uno o varios. Es obvio que esto es tan importante en el mundo espiritual, como que es el principio básico de la obra redentora de nuestro Señor, cuyos méritos se aplican para la salvación de todos los hombres, tomando por ello especial valor en el pueblo redimido.
Esta es la causa de las tan drásticas medidas que el Señor mandaba aplicar a Moisés contra alguien que caía en grave pecado, pues este contaminaba a todo el pueblo (Deuteronomio 17:7). De manera muy gráfica lo vemos cuando Finees detuvo la mortandad que había en Israel, atravesando con una lanza a uno que como otros, se había prostituido con mujeres extranjeras (Números 25: 1-13), donde de paso también vemos, como la buena obra de uno es capaz de obtener el perdón de los pecados para muchos. Esta comunión espiritual entre los miembros del pueblo se establece a partir de la comunión de todos con Dios, a partir de la comunión espiritual por medio de la fe, el amor y el servicio al mismo y único Dios, producto de la elección, el llamado y la presencia de Dios en medio de ellos, que es lo verdaderamente decisivo que los une a todos entre sí, lo cual era de manera imperfecta en el pueblo de Israel, y que alcanza su plenitud y perfección en la iglesia. Esta es una unión en Dios y por Dios hecha, por lo que aunque resulta difícil de constatar humanamente, es muy real y lógica, porque obviamente los que participan de una comunión con el Dios que es Espíritu Todopoderoso y Santo, que todo lo llena con su potencia y amor, tienen que estar unidos entre sí; mucho más en Jesucristo en quién se manifiestan toda gracia y favores espirituales únicos (Efesios 1: 3-6).
En el Nuevo Testamento podemos ver muestras fehacientes de todo ello, cuando se nos revela, que no solo obtenemos de Jesucristo el perdón de los pecados por su obra redentora, sino que se nos hace partícipes de su condición real y sacerdotal, se nos constituye en reyes y sacerdotes por la unión con Jesucristo, supremo Rey y Sacerdote (Efesios 2:6; 1 Pedro 2:9; Apocalipsis 1:6), esto es parte de la gran e incomparable herencia espiritual que recibimos por la infinita gracia de Dios, que se nos transmite por la unión a Cristo Jesús (Efesios 1: 15-23), por lo que por esta unión somos hechos como nuevos cristos, dándosenos muy grande autoridad y poder en el mundo espiritual, que repercute en toda la vida por supuesto, de la que si fuésemos plenamente conscientes por la fe, como pide san Pablo ( versículos del 15 al 19 ), tuviéramos una vida mucho más fructífera, con muchas más bendiciones para nosotros y para nuestros hermanos, al estilo de los santos canonizados por la iglesia, como santa Teresita del Niño Jesús, san Martin de Porres, san Francisco de Asís y otros.
Quiere decir, que lo que muchos no entienden es que ha sido propósito del infinito amor de Dios, mostrar las insondables riquezas de su gracia para con los creyentes, dándoles una autoridad y poder insospechables por su unión a Cristo Jesús, haciéndolos como nuevos cristos en su unión con Él. Así, esto que ya viven en la tierra según la medida de su fe, encuentra su plenitud junto a Él en la gloria de Dios (Apocalipsis 4:4; Hebreos 12: 22-23; 12:1).
Estos versículos de la epístola a los Hebreos, en especial del 22 al 24 del capítulo 12, nos muestra claramente que al hacernos cristianos no solo hemos entrado en comunión con Dios nuestro Padre y su Hijo nuestro Señor Jesucristo, sino con toda la familia de Dios, hemos entrado a formar parte de esta familia, de la que ya una parte disfruta de la gloria, hemos entrado en comunión con los ángeles y santos del Cielo, de los que el versículo uno de este capítulo nos asegura, están incidiendo fuertemente sobre nosotros como si fuera una nube que nos envuelve, y que en Apocalipsis capítulo 5 versículo 8 se nos muestran ocupándose específicamente de nuestras oraciones.
Esto nos confirma que la comunión de los santos no solo es un hecho, sino que es la gloria de Dios, el se glorifica en que nos amemos mucho unos a otros y nos mostremos así como verdaderos discípulos suyos, para que todo lo que pidamos Él nos lo dé, y demos así mucho fruto (Juan 15:7-12), porque esta realidad que en un principio debemos vivir sobre la tierra, encuentra su plenitud en los que están en el Cielo, donde permanecen perfectamente unidos a Él, que es el objetivo hacia el que el Señor nos llama y nos lleva (Efesios 2: 4-6), y que aquí vivimos limitadamente. Así pues, todo tiene su origen en nuestra unión con Cristo, de donde proviene la verdadera comunión entre los santos, unión que se inicia con el bautismo, como el sarmiento a la vid, y en la que permanecemos intercomunicados como los órganos en un cuerpo (1 Corintios 12:12-13), si perseveramos, unión que es sobrenatural, mística, del Espíritu, en Cristo Jesús, y que lógicamente sobrepasa los marcos de esta vida, haciéndose más plena en los que moran en el Cielo ( Hebreos 12:22-23; Apocalipsis 5:8-10 ), este último texto nos muestra que los veinticuatro ancianos, la iglesia que está en el Cielo, intercede por la de la tierra, ofrendando las oraciones suyas como incienso al trono de la gracia, lo cual es como su oficio allá, y en el cántico que entonan enfatizan el carácter real y sacerdotal de todos los santos, los del Cielo y los de la tierra, que en el caso de estos últimos se verificará plenamente cuando estén junto a los otros en el Cielo y dominen sobre la tierra, mientras que después todos lo harán en la nueva tierra que creará el Señor; pues Él se glorifica además, como dice san Pablo, mostrándonos las infinitas riquezas de su gracia y amor (Efesios 2:7), con que nos ha dado tal autoridad y poder, que intercediendo en Cristo Jesús, podemos obtener grandes favores los uno para con los otros por el amor.
Ahora bien, la comunión no es solo con los cristianos triunfantes en el Cielo, sino también con los que están en el Purgatorio, a los que nuestras obras de fe ayudan en su tránsito por este lugar al Cielo; algunos se escandalizan de esta verdad, diciendo que no está en las Escrituras, pero si bien no se encuentra explícita, como no pocas cosas, hay varias alusiones bastante claras que confirman el hecho.
Lo primero es un antecedente tan claro en el Antiguo Testamento, que en su esencia parece haber sido escrito hoy en día; y es cuando Judas Macabeo descubre por la voluntad misericordiosa de Dios, que unos soldados suyos que habían caído en batalla, llevaban en sus ropas objetos consagrados a los ídolos, por lo cual habían perecido, haciendo él y sus hombres entonces, no solo oración para que Dios perdonara sus pecados, sino que mandó a ofrecer a Jerusalén un costoso sacrificio por el pecado de sus compañeros, confiando que la misericordia de Dios no es tan solo con los vivos sino también con los que mueren en Él, aunque no sea en perfecto estado (2 Macabeos 12:38-45), el texto incluso alaba la acción de Judas, mostrando que su acto es un verdadero acto de fe en la resurrección de los muertos, como también lo proclama la iglesia hoy en día, que en su época todavía no era algo tan extendido. Pero para los que para desgracia suya no creen en la inspiración divina de estos textos, tienen uno equivalente en 1 Corintios 15:29, donde san Pablo nos enseña que algunos que se bautizaban por los muertos, estaban mostrando con ello su fe en la resurrección de estos, o sea que había cristianos que no solo creían en la misericordia de Dios con los muertos sino que sus obras incidían para bien de ellos, lo cual san Pablo no solo no reprocha, sino que lo reconoce como verdadera fe en la resurrección de los muertos, lo mismo que el texto sobre Judas Macabeo. Otros textos nos insisten en la misericordia de Dios para con los muertos, concretamente en la epístola primera de san Pedro, donde se nos habla que nuestro Señor, una vez muerto su cuerpo fue en espíritu a predicarle a espíritus presos, es decir, espíritus que por desobediencia manifiesta estaban en especial estado pena, que el texto identifica con la generación de Noé, reafirmándose después en el versículo 6 del capítulo 4, que la predicación hecha a los muertos se hizo para que tuvieran la posibilidad de alcanzar la vida en Dios.
Quedando demostrado con estos textos, que la misericordia de Dios es también con los que han muerto, y que las obras que los vivos le hacen con esta fe inciden en bien suyo, habría que definir que es el Purgatorio y donde se alude a él.
En primer lugar, el Purgatorio no es un lugar inventado para tranquilizar la conciencia de los cristianos, que pensarían que alguna gente que no es cristiana no merece el infierno, pues el Purgatorio es un lugar de cristianos, el Purgatorio es para todos aquellos cristianos que no se han purificado y santificado lo suficiente como para entrar en la gloria de Dios, porque a ella no entrará nada impuro (Apocalipsis 21:27), y sin santidad nadie verá al Señor (Hebreos 12:14), por lo que no habiendo cumplimentado en esta vida a plenitud con las exigencias cristianas, tienen que pasar un proceso y tiempo de purificación después de esta vida, para que puedan entrar a la gloria de Dios. Contrariamente a lo que piensan los que objetan de esta verdad, esto es una muestra de la infinita gracia y misericordia de Dios, que teniendo en cuenta la pertenencia suya de estas personas en Cristo, no las desecha y abandona a pesar de las imperfecciones y tibiezas con las que mueren, sino que establece este camino de gracia, que aunque duro, es camino seguro a la eterna posesión de Dios. Así nos lo muestra el Señor en Mateo capítulo 5 versículos del 21 al 26, donde nos dice que bajo su ley, proclamada en este monte, no es como en la ley recibida por Moisés en su montaña, aquí la exigencia es mucho mayor pero también la misericordia, porque Moisés dijo “maldito el que no guarde fielmente esta ley para cumplirla” (Deuteronomio 27:26), por lo que pesa una maldición sobre el que no cumple la ley; sin embargo, el Señor dijo, llevando a plenitud la ley de Moisés, que ya no se trata de matar, sino que aquel que se enoje intempestivamente contra su hermano, y lo llame tonto, o lo ofenda de cualquier forma, ya ha cometido un pecado digno del infierno, o sea un pecado grave o mortal, por lo que debe buscar hacer las paces y la reconciliación con su hermano antes incluso de presentar a Dios sus ofrendas; sin embargo después, a través de la imagen de dos hombres que van enemistados de camino ante un juez, quién echa al culpable en la cárcel hasta que pague todo su delito, el Señor nos muestra que procuremos morir sin rencillas contra nadie en nuestro corazón, que procuremos perdonar y reconciliarnos sinceramente mientras estamos en esta vida ( yendo de camino ), para que no tenga Él, que es el justo juez, que echarnos en la cárcel (el Purgatorio), y tengamos que permanecer allí hasta que nos hayamos purificado de todas nuestras rencillas e imperfecciones. También el caso del inmoral de la iglesia de Corinto, que con toda la autoridad de Cristo sería entregado a Satanás para destrucción del cuerpo, como acto de purificación, anuncia el proceso y tiempo largo de purificación que tendrá que pasar para salvarse, pues no irá a la presencia del Señor, sino que su espíritu solo podrá salvarse en el día del juicio (1 Corintios 5:1-5).
Así pues, la iglesia católica, siendo universal no solo por su alcance geográfico sino doctrinal, por creer y vivir todo lo revelado por Dios, nos enseña la verdad de la comunión de los santos, para que así podamos obtener tanta gracia y auxilio que nos vienen de la Virgen Santísima, nuestra Madre y Reina, que sobresale por encima de todos los santos (Apocalipsis 12:1), y de los propios santos que moran en el Cielo, además de que podamos ganar méritos en Cristo, para nosotros y nuestros hermanos del Purgatorio, haciendo las buenas obras que nacen de nuestra fe.
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