martes, 31 de agosto de 2010

SANTA TERESITA DEL NIñO JESUS, LA MISTICA DE LOS TIEMPOS MODERNOS.

SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS, LA MÍSTICA DE LOS TIEMPOS MODERNOS.
Santa Teresita del Niño Jesús, como todos los santos, fue una gran gracia, bendición, y palabra de Dios para la humanidad, para su tiempo, nuestro tiempo, sin embargo ella todavía va mucho más allá, ella es de esos santos que marcan una pauta dentro de la historia de la Iglesia, que como San Francisco de Asís son verdaderos reformadores, que insuflan aire y sangre nueva a la Iglesia en pro de la siempre continua y necesaria renovación a imagen de Cristo (Colosenses 3:10).
Ella es el prototipo supremo de la mística, no porque estuviera llena de continuas visiones y revelaciones sobrenaturales, sino más aún, porque en una intimidad y comunión de amor con Cristo como pocos en la historia, recibió de El una forma novedosa y admirablemente sencilla de comprender y vivir la verdad del evangelio y de todas las Sagradas Escrituras, algo que está en la esencia del mensaje de Nuestro Señor, en la base de todas sus enseñanzas, y que entronca perfecta y maravillosamente con el magisterio de los apóstoles, muy especialmente con el que fue usado para argumentar con toda profundidad la doctrina cristiana, San Pablo.
Así pues, eso que ella llamó “el caminito”, y que lo aplicó y vivió para todo, no es más que vivir con todo rigor y exigencia posible según la gracia de Dios, el continuo llamado del Señor en los evangelios a la fe y a la humildad, alrededor de lo cual gira como en un eje toda la enseñanza de Nuestro Señor, pues así lo vivió El en primer lugar. Se trata, de recuperar la conciencia de que tenemos a un Dios que se nos revela como un Padre, o más aún, como un “Papito”, que nos entregó a su propio Unigénito y Santísimo Hijo para que muriendo por nosotros tengamos vida eterna en El, mostrándonos que tiene un amor y misericordia inconmensurables para con nosotros, y por eso más que todo nos pide que confiemos en El, que nos abandonemos en El para todo, que seamos capaces de obedecer y hacer estos continuos actos de fe y humildad, y vivir así con la confianza de un niño pequeño en los brazos de su padre amoroso (Mateo 18:2-10; 19:13-14), para que entonces, permaneciendo siempre así, más y más pequeños, la gracia de Dios nos inunde cada vez más, y sea ella quién obre en nosotros toda virtud y fruto bueno y excelente, agradable a Dios, y podamos decir junto con San Pablo “cuando soy débil entonces soy fuerte”(2 Corintios 12:10), pues como le dijo el Señor, “mi mayor fuerza se manifiesta en la debilidad”(versículo 9); y es que esta es la base de la doctrina de la gracia de Dios traída por Nuestro Señor(Juan 1:14-16), tan bien explicitada por el apóstol San Pablo, y que a su vez forma parte esencial del “caminito”, la confianza en la gracia y la misericordia Dios que obra toda excelencia en nosotros siempre que tenemos fe, es decir, abandono y confianza en el amor de Dios, que siempre es un acto de humildad, el acto de perfecta humildad que Dios siempre busca y le agrada, en contraposición al acto de soberbia y orgullo por el que entró el pecado en el mundo, y que nos corresponde como criaturas suyas, estando en ello la vida eterna, pues por fe somos salvos, y no por un solo acto de fe como creen muchos fuera de la Iglesia, sino por una vida de fe que sea medio de santificación por la gracia de Dios, pues “el justo por la fe vivirá”(Romanos 1:16-17).
Quiere decir que Santa Teresita, no por un análisis teológico sistemático, sino por la gracia especial del Señor para con ella, recibió en que radica la esencia o el secreto de la vida cristiana, de modo que se pueda llegar a la perfección cristiana de la manera más corta, recta y sencilla posible, es decir, más directa, lineal y si se quiere más fácil a su vez, porque aunque no está exenta de sacrificios y cruces “el yugo es fácil y la carga ligera para los pequeños, para los humildes de corazón”(Mateo 11:29), y dijo además que es el único camino que lleva a “divina hoguera”, es decir, a las cumbres más altas del amor, pues siendo recto y corto, seguro y relativamente rápido puede llevarnos a la cumbre del cristianismo, el perfecto amor, siendo que el más grande en el reino de los cielos es el que se hace como un niño, es decir, el más humilde de corazón por la gracia de Dios (Mateo 18:4); y así lo vivió, en otras de las aristas, la suprema, que la hace la mística de los tiempos modernos, porque inflamada de amor no paró hasta ser consumida por él, como continuamente pedía, para solo vivir veinticuatro años en esta tierra y pasar al Cielo a expresarlo entonces a toda plenitud, teniendo que demostrar lo que creía y ese amor único que tenía por Nuestro Señor, no solo con palabras constantes de entrega jamás dichas , sino en la práctica de su vida diaria, con continua humillación, sacrificio y ofrecimiento de si misma en la vida ordinaria del convento, con una enfermedad y pasión de colofón, semejante al Señor; o sea que ella experimentó plenamente lo que la Escritura enseña, al hacerse pequeña al máximo fue inundada por la gracia de Dios, que derramó en ella de sus manantiales de amor, para que le amara con su propio amor, es decir, que lo amara con el superabundante amor que El ponía en su corazón, y de esta forma por El amara así a la Iglesia, a las almas del Purgatorio, que sufren, a las almas que no han recibido la palabra de Dios, a los sacerdotes, misioneros, a sus hermanas religiosas, a los pecadores, a todos los hombres, y por todos ellos se ofreciera en sacrificio continuo, por lo que llegó a decir”…en el corazón de mi madre, la Iglesia, yo seré el Amor…”, quiere decir que el amor que ella experimentó es completamente sobrenatural, místico, y así lo expresó con palabras y hechos celestiales aunque sencillos, pero cargados de amor divino.
De esta forma dejó Santa Teresita para la posteridad de la Iglesia un renovador legado de inestimable valor, que vino a ser confirmado, dicho sea de paso, por el también renovador Concilio Vaticano II, pues ella fue como el modelo a seguir puesto por Nuestro Señor para la Iglesia de estos tiempos, por lo cual se anticipó a lo que décadas después proclamaría insistentemente este bendito Concilio para todos los hijos de la Iglesia, pudiendo señalarse por ejemplo, el valor de la santidad como una realidad a la que están llamados todos los bautizados, y que no es solamente para seres con designios extraordinarios, sino que todos los creyentes asumiendo con verdadera fe y confianza, humildad y mansedumbre, los hechos ordinarios de sus vidas, pueden santificarse, y ser un vivo testimonio de la presencia de Cristo entre los suyos, por lo cual Juan Pablo II, asumiendo esta realidad, se ocupó en que, sin dejar de cumplirse con todo el rigor necesario y tradicional, se canonizaran santos y santas de vidas ordinarias, es decir, que vivieron de forma extraordinaria lo hechos ordinarios, lo cual ha venido a contribuir más y más a la revalorización de los laicos planteada por el Concilio, haciendo que tanto ellos como el clero estén conscientes, y se insista en esto por tanto, de la igualdad esencial de todos los bautizados, y que todos son partícipes del mismo llamado a la santidad por diferentes caminos, en diferentes estados.
Otro rasgo de la espiritualidad de Santa Teresita que el Concilio, por la acción que el Espíritu venía ejerciendo en la Iglesia y que cristalizó eficazmente en él, tomó como bandera, fue un énfasis y amor mayor a las Escrituras, pues Santa Teresita fue una santa eminentemente bíblica, algunos piensan que se la sabía de memoria, pues continuamente en todos sus escritos cita multitud de pasajes y hechos, de sino todos, casi todos los setenta y tres libros de la Biblia, con muy buena exégesis, iluminada y debidamente ajustada al Magisterio de la Iglesia, algo que debieran seguir tantos católicos de hoy, que todavía piensan que amar la Biblia, sabérsela, saborearla, citarla continuamente, es cosa de protestantes, manifestando una grave ignorancia, pues la Biblia es un documento de la Iglesia, constituido y conservado a través de los siglos por ella, a quién se la entregó el Señor para su correcta interpretación (Mateo 16:17-19; Juan 21: 15-17), por lo que deberían escudriñarla con ardiente celo para crecer en esa fe que es el medio de salvación, pues ella es la leche espiritual no adulterada que garantiza este crecimiento (1 Pedro 1:23-2:2).
Así también tenemos que otro rasgo del legado teresiano que se ha asumido en la espiritualidad posconciliar es su carácter cristocéntrico, que Santa Teresita vivió ejemplarísimamente, que no se refiere a solo hablar de Cristo, sino hacer de Cristo el centro de la vida, a encentrarlo y entronizarlo en el corazón, en el alma, en todo el ser, de manera que nos identifiquemos con toda su obra, sus palabras, su ejemplo, porque no es el que me dice Señor, Señor, el que entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en el Cielo (Mateo 7:21), pues Santa Teresita amaba la infinita humildad de Cristo en su Encarnación, esa que le llevó a dejar su trono de gloria para venir a ser uno más de nosotros, que lo llevó a nacer como un bebé en este mundo, en toda pobreza, y así vivir toda su vida, lo cual le inspiraba a ser siempre más pequeña y gozarse en los sufrimientos y en todo género de humillaciones, por eso amaba como nadie la santa infancia de Nuestro Señor, donde le adoraba en esa misma inescrutable humildad que le llevó a vivir sujeto a unos padres humanos, en toda obediencia, y permanecer en el anonimato la mayor parte de su vida, por esto era del Niño Jesús, pues le adoraba con gran vehemencia en esa fragilidad, debilidad y dependencia de niño que quiso asumir voluntariamente, necesitado de cuidado y protección continua de sus mismas criaturas, sirviéndole a ella como máximo ejemplo para ser siempre así, dependiente y necesitada del cuidado y la protección de Dios, de su gracia y misericordia; así también le adoraba en toda la verdad, el amor, y siempre humildad de su ministerio público, en la obediencia a su palabra, por la que tenía singular preferencia, en su ternura para con todos, su especial dedicación a los pobres y pequeños, su misericordia para con los excluidos, marginados y discriminados, y finalmente le adoraba con especial devoción en su pasión, expresada por la devoción a la Santa Faz, cuyo título también llevaba en su nombre religioso, que era sor Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, adorándole en la mansedumbre y amor extremo con que soportó todos los terribles sufrimientos y humillaciones, que desfiguraron su rostro, llenándole de pena y dolor, todo lo cual le provocaba amor al sufrimiento hasta sentir gozo y dulzura en él, así nos dejó un supremo ejemplo de lo que es ser cristocéntrico, no por hablar solo de Cristo, pues muchos hablan solo de Cristo pero en nada quieren ser como El, no queriendo ni verlo clavado en la cruz, no queriendo participar en nada de sus padecimientos y humillaciones, que es parte fundamental de nuestra vida para después participar de su gloria (Filipenses 3:10), por lo que el apóstol denuncia fuertemente a tales farsantes (Filipenses 3:17-21).
Este verdadero carácter cristocéntrico de la espiritualidad de Santa Teresita la llevaba a amar con gran ternura y devoción a la Virgen Santísima, con especial cariño y gratitud, amando también entrañablemente a todos los santos, y a toda la Iglesia en general de manera muy vehemente, pues tenía un sentido eclesial muy fiel y auténtico, como debe ser el de todo cristiano, dado que amando verdaderamente a Cristo se ama todo lo que El ama, puesto que El lo pone en nuestros corazones, por lo que vivía bajo el manto virginal de la Virgen en una muy dulce y filial relación, tal y como el Señor quiso para sus discípulos, al dejárnosla como madre al pie de la cruz (Juan 19:26-27), siendo que su devoción mariana era básicamente bíblica, como también la Iglesia hoy en día se esfuerza en presentar; de igual forma manifestaba su devoción a los santos, ajustada a la fe en la comunión de los santos como nos la propone la Iglesia, en lo que sobresale la convicción tan inspirada, exacta y suprema que tenía del papel que ella sabía estaba llamada a jugar, de parte de Dios, para con la Iglesia, desde el Cielo, hasta el fin del mundo.
Todo este ajustado legado espiritual teresiano, que la Iglesia constata especialmente hoy como muy cierto y valioso, unidos a otros aspectos de la espiritualidad teresiana, como el muy importante celo misionero que ella practicó y que debe estar en todos los miembros de la Iglesia, la devoción a Jesús sacramentado, que en forma creciente deben asumir más y más los fieles católicos, y la vida de oración y búsqueda continua del rostro de Dios, en función del éxito y triunfo de la Iglesia en su misión de anunciar el reino de Dios, nos demuestra que fue Santa Teresita del Niño Jesús una verdadera profeta y reformadora de la Iglesia que el Señor envió para nuestro tiempo.
Por Juan David Martínez Pérez

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