LA VIRGEN MARÍA Y LA ENCARNACIÓN DEL VERBO
La Encarnación del Hijo de Dios está entre los tres sucesos más trascendentales de la vida de Jesús, y por ende del cristianismo, junto a la Resurrección y la Crucifixión; y es el más milagroso y por lo tanto el más misterioso, como diría San Pablo “grande es el misterio de la piedad, Dios ha sido manifestado en carne…”(1 Timoteo 3:16); por lo cual es absolutamente comprensible que la adhesión plena a él, sea considerado en la Biblia entre las tres principalísimas evidencias de una verdadera fe y una recta doctrina; como nos dice San Juan en su primera epístola “de esta manera pueden ustedes saber quién tiene el Espíritu de Dios: todo el que reconoce que Jesucristo vino como hombre verdadero tiene el Espíritu de Dios, el que no reconoce así a Jesús no tiene el Espíritu de Dios sino el espíritu del Anticristo”(1 Juan 4:2-3).
Ahora bien, el reconocimiento pleno y verdadero de la realidad de la Encarnación pasa por una serie de matices conceptuales que dan lugar a dos dogmas fundamentales; el primero y más decisivo que se refiere a la definición de la naturaleza de Nuestro Señor, y el que perfectamente ligado a este se desprende inmediatamente, referente al ser de la Virgen María.
Tal y como se nos enseña en este texto de San Juan, la doctrina diabólica impulsada por Satanás contra la Encarnación está presente en el mundo desde los mismos tiempos apostólicos, atentando el espíritu del mal siempre y de diversas maneras contra esta verdad sagrada y cardinal. En aquellos tiempos los gnósticos, primera herejía en el cristianismo proveniente del paganismo, eran los que encarnaban al Maligno promoviendo los errores de que Jesús nunca había sido verdaderamente un ser humano, nunca había estado unido verdaderamente al cuerpo, y cosas como estas; este espíritu del Anticristo permaneció, y en el siglo V se manifestó en la persona de Nestorio, obispo de Constantinopla, que propuso la grave herejía de que en Nuestro Señor había dos personas, una humana y otra divina, que no estaban hipostáticamente unidas, sino que la divina moraba en la humana como en un templo, de donde María no era Madre de Dios como toda la sagrada tradición de la iglesia venía afirmando desde los tiempos apostólicos, apoyados en el texto bíblico(Lucas 1:43), sino que María era madre de la persona humana de Jesús, no de la divina. Aquí vemos la relación tan estrechamente unida e inseparable entre Jesús y María que produce la Encarnación; por lo que convocándose el concilio de Efeso en el año 431 se definieron dos conceptos que son como uno, dos dogmas que son como uno: en Jesucristo la naturaleza divina y humana existen juntas y unidas en una misma persona, Dios verdadero y hombre verdadero; y por consiguiente la Virgen Santísima es verdaderamente la Madre de Dios, o sea la Encarnación no es una yuxtaposición de la naturaleza divina sobre la humana en Nuestro Señor, sino una perfecta e indivisible unidad del Verbo de Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad, con la naturaleza humana en Jesucristo, de manera que María no puede ser madre de una cosa y de la otra no, sino que es madre del único Hijo de Dios, verdadero Dios y verdadero hombre.
Esta doctrina tan decisiva para la salvación, y por ende para la iglesia, siguió estando en el centro de la disputa entre el bando de la verdad y de los hijos de Dios y el bando de la mentira, los incautados por Satanás; por lo que en reacción a los errores de Nestorio, el monje Eustiques cayó en el error opuesto dando lugar al monofisismo, que negaba la humanidad de Nuestro Señor, afirmando que en Jesucristo solo había una naturaleza, la divina; de aquí, por la falta de aceptación y asimilación de estas verdades trascendentes, surgieron las primeras grandes divisiones, iglesias nacionales que se separaron de la comunión con la iglesia católica, y quedaron como iglesia copta, iglesia jacobita e iglesia armenia.
Las Sagradas Escrituras desde sus mismos comienzos en el Antiguo Testamento, nos enseñan la verdad acerca de esta realidad. Desde el mismo instante posterior a la caída del hombre, el Señor, de manera absolutamente oportuna, correspondiente con su infinita misericordia, les promete un Salvador, y también una mujer especial, unida perfectamente a este Salvador, que será como su segunda, la segunda en importancia en esta salvación, será una corredentora, la auxiliadora perfecta de la salvación del hombre y del Salvador; por eso dice a la serpiente, la representación de Satanás, “haré que haya enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya, ésta te pisará la cabeza y tu le herirás en el calcañar”(Génesis 3:15). Esta magnífica e increíblemente maravillosa profecía, la primera de toda la Escritura, y a la vez la primera profecía y promesa mesiánica, no deja lugar a dudas por todo su gran profundo significado, exactitud y belleza; claramente se nos dejan ver dos bandos opuestos que cursarán así toda la historia, la mujer y su descendencia por un lado y Satanás y la suya por el otro; la mujer, en el Antiguo Testamento, tiempo de figuras y tipos, es el pueblo fiel de Dios, que vive en la espera de las promesa mesiánicas, de la llegada del Mesías, tipo perfecto de María, como lo son también todas las mujeres relevantes de esta etapa, desde Eva, madre de todos los vivientes, y antítesis de María, madre de los que verdaderamente viven, como Adán de Jesucristo; Sara, madre y reina del pueblo de Dios, indicado en su propio nombre, y así otras tantas como Ana, madre de Samuel, tipo de María como mujer en que ha sido hecho un milagro de concepción y agradece a Dios con alabanza sin igual(1 Samuel 2:1-10), Esther, reina que ayuda con su intercesión a la salvación del pueblo de Dios, Judith, mujer que recibe la más profusa y bendita de las alabanzas por su victoria sobre el mal(Judith 13:18-20), como María la recibe aún mejor de Elizabeth por su fe con que alcanza la suprema bendición de ser la Madre de Dios, por una vida de perfecta santidad, sin pecado, inmaculada desde su concepción, puesto que Satanás nunca pudo afectarla, nunca pudo dañar su santidad, sino que ella aplasta la cabeza de la serpiente, venciendo al tentador por los méritos y gracia de Nuestro Señor, aplicados a ella de antemano(llena de gracia). En la alabanza de Elizabeth está el reconocimiento de todas las prominentes mujeres de Dios del Antiguo Testamento y de los milagros que en ellas fueron hechos, de la absoluta superioridad de María como la mujer de Dios, y del milagro de la Encarnación, como el más grande que puede ser hecho en una mujer, del cual todos los demás son tipos.
Entonces, por supuesto, llegado el cumplimiento del tiempo y de las promesas, la mujer ya no es solo tipo, sino que en su perfecta realización es María, y su descendencia es Nuestro Señor y también su iglesia, la que dio a luz con dolores de parto(Apocalipsis 12:2) al pie de la cruz(Lucas 2:35), todo lo cual está perfectamente recogido en este capítulo 12 del libro de Apocalipsis, que es el texto conectado absolutamente con Génesis 3:15, y que de manera resumida lo explicita algo, llevándolo hasta el final de los tiempos.
De esta magnífica profecía de Génesis 3:15 y su complemento explicativo de Apocalipsis 12, podemos comprender todo lo referente al ser y al rol de la Virgen María por medio de Jesucristo, concretado a partir de la Encarnación. Este texto nos deja ver, que de la misma manera que Dios desde un principio nos preparó un Salvador, que sería El mismo, también nos preparó una madre, una mujer especial, preservada perfectamente por El, para que pudiera recibirlo en su seno, en sus entrañas, momento a partir del cual quedaría unida a Sí mismo para siempre, de la misma manera que quedaría para siempre con un cuerpo y una figura humana, según su infinito amor, humildad y misericordia, según su infinita gracia; son las consecuencias de la Encarnación, por eso María es Madre de Dios, es Inmaculada desde su concepción, es virgen antes del parto, en el parto y después del parto, es asunta al cielo, insinuado en Apocalipsis 12:14, y es convertida en reina de cielos y tierra a la diestra de Nuestro Señor(Apocalipsis 12:1 ; Salmo 45:10).
Por esto, queda demostrado pues, a partir de toda la Escritura, con base en estos textos específicamente, que como mismo Adán y Eva son responsables de la caída del hombre, Dios dispuso desde un principio a Jesús y a María como responsables de nuestra salvación, a Jesús de un modo principalísimo y absolutamente único y supremo, a María como la perfecta sierva, colaboradora y auxiliadora, por esto ella es como la mano derecha de Nuestro Señor, por esto continuamente aparece en toda la historia de la iglesia, en cualquier país donde esta lucha por abrirse paso, para animar, fortalecer, consolar y ayudar a la iglesia en su tarea de evangelizar al mundo, y quedarse acompañándola allí, como de antemano hizo en su visitación a Elizabeth, la primera de todas sus visitaciones en la historia y base bíblica de todas las demás, donde no solo fue bendecida y alabada en su sorpresiva aparición, que movió el poder de Dios sobre Juan Bautista en cumplimiento de la promesa del ángel(Lucas 1:15), sino que permaneció en el acompañamiento de ésta hasta que cumplimentara su misión de dar a luz al predecesor del Mesías; por eso siguiendo el ejemplo de Nuestro Señor ella también se encarna en los diferentes pueblos, existiendo así por esto Virgen de Guadalupe, Virgen de la Caridad del Cobre, Virgen de la Merced, Virgen de Lourdes, que no es más que la única Virgen María encarnándose en México, Cuba , España y Francia respectivamente.
Así pues hay un grave problema para los que no aceptan a la Virgen María en su verdadera dignidad, pues no están creyendo realmente en la Encarnación del Hijo de Dios que fue precisamente en su seno, y de donde ella recibe toda su dignidad, que hace que todo sea como el mismo suceso y que su cualidad de Madre de Dios forme parte de la auténtica fe en la Encarnación, relación que también reconoce San Pablo, al enfatizar el hecho del Hijo de Dios “nacido de mujer” como demostración de su plena y perfecta Encarnación (Gálatas 4:4); por lo que al formar así Jesús y María un solo bando, un solo equipo de Dios para nuestra salvación, es imposible tener una auténtica fe en Jesús sin reconocer toda la dignidad de María, es imposible agradar a Jesús siendo enemigo de María, pues solo los que están del otro bando, del bando del Maligno y su descendencia pueden estar contra María y de esta forma contra Jesús.
Finalmente, la Encarnación nos enseña que no es válido, sino incluso fanático y farisaico, condenar al hombre en las actividades cotidianas y naturales de su existencia y de las cualidades que Dios ha puesto en él, so pretexto de una gran espiritualidad, que resultaría además evasión, cerrazón y empobrecimiento espiritual y psíquico, no se puede por tanto condenar al deporte, la música, la política, el cine, la televisión, el arte en general, la ciencia y otras tantas cosas que el hombre desarrolla, que no son malas en sí mismas, como predican tantas sectas y cultos espiritualistas, que dicen creer en la Encarnación del Hijo de Dios pero no lo creen realmente, porque no comprenden su verdadero significado, ahogando tantas buenas y legítimas aspiraciones de los hombres; sino que como la iglesia católica ha enseñado siempre, y más aún después del Concilio Vaticano II, estas actividades propias del hombre y de las capacidades que Dios ha puesto en él, no son malas en sí mismas, sino que el pecado que está en él es el que las puede contaminar en mayor o menor medida, como de hecho sucede; por lo cual lejos de marginarse, la iglesia por el contrario se hace presente en todos estos ámbitos naturales del hombre para iluminarlos, corregirlos y purificarlos con la verdad de la palabra de Dios y su magisterio, alentando y estimulando a los hombres a desarrollar sus actividades de manera justa y edificante, porque si Dios, el infinitamente santo y puro, no tuvo a menos hacerse uno más de nosotros y participar de todas nuestras realidades menos del pecado, así la iglesia alejándose del fariseísmo tan condenado por Nuestro Señor, imita su postura de infinito amor, humildad y cercanía, y estimula al hombre desde su realidad a ser conforme a su Sagrado Corazón, enraizándolo cada vez más en su divina palabra, para que viviéndola y practicándola en su seno pueda tener todo amor y entrega a su servicio.
JUAN DAVID MARTÍNEZ PÉREZ.
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